Hace unos meses viajé a Rosario, convocada por una Institución y en representación de una Entidad a la cual pertenezco para participar en los preparativos por los festejos del Bicentenario de Nuestra Bandera Nacional.
Una vez que llegué al hotel que tenía reservado, ví un despliegue propio del inminente desarrollo de un evento. Y para variar, allí estaba yo. Claro que ese no era el motivo por el que me encontraba ahí, sin embargo no pude evitar la curiosidad.
Es que pareciera que a quienes nos dedicamos a esto, desde la decoración de una vidriera hasta la iluminación de un stand nos sirven de “disparador” para generar otras ideas. Como a veces digo: “nos siguen los eventos”. Así fue como sola en ese lugar, “dejé que ese futuro evento me siguiera”.
Allí, como quien no quiere la cosa empecé a ver cada vez más de cerca como se desarrollaban los preparativos. Trataba de no entorpecer la tarea y curiosear lo que pudiera.
Primero me ubiqué en un rincón y luego fui avanzando entre los proveedores, la vajilla y la mantelería es que era inevitable sentirme de algún modo parte del equipo.
Claro está que nadie entendía mi deseo por estar, ver y disfrutar, sin embargo no era el momento de explicar, ya que el horario de iniciar mi primer actividad me obligó a dejar el hotel por unas horas y regresar un poco más tarde.
Sin dudas el motivo de mi viaje había sido otro. Pero una vez más estaba en la Cuna de los Eventos, como llamo a Rosario. Es que últimamente el auge que presenta en esta materia es muy particular, desplazando incluso a otros destinos que históricamente han sido importantes sedes de Eventos.
Cuando volví, los preparativos ya estaban casi consolidados. Todo lucía resplandeciente y en el aire se sentía esa adrenalina mezclada con felicidad e incertidumbre que se vive en la previa a los eventos. No podía evitar la tentación de entrar al salón y simplemente observar.
Es que haber visto, sólo una parte de la antesala de la futura fiesta o el backstage como les gusta decir a algunos, hacía que me intrigara más aún saber cómo había quedado “el producto terminado”.
Allí fue cuando decidí presentarme.
El Jefe de Cocina resultó ser Cristian Carvajal, un joven cocinero a quien indudablemente ya había visto horas antes, sin saber de quién se trataba. Gentil y desinteresadamente se prestó a dejarme ingresar al salón donde muy pocos retoques quedaban por dar y que su equipo resolvió en cuestión de minutos. Es que era inminente la llegada de los invitados. Por lo tanto no había tiempo que perder.
Aún así, cordialmente se detuvo ante cada una de las maravillosas obras de arte que decoraban las mesas. Y me explicó detalladamente cómo él mismo las había confeccionado. Pero la mayor de las grandezas me la demostró al permitirme tomar fotografías, es que verdaderamente eran maravillas.
Mientras miraba sus obras: verduras y hortalizas talladas a mano, recordé que unos años atrás en ocasión de haber sido invitada por el entonces, Embajador de Tailandia en nuestro país, con motivo de un almuerzo en su residencia. Tampoco pude contener la curiosidad que acompaña mi oficio o profesión.
Así es como terminé dentro de la cocina junto a la Jefa de cocina, demás cocineras y elementos culinarios tomando una improvisada clase de este arte. Que indudablemente no sembró en mí de tal forma que pueda hoy, ser competencia de Carvajal.
Es que lo mío no era aprender en unos minutos, lo que requiere tanto tiempo de aprendizaje y práctica, sino simplemente disfrutar.
Este arte según se sabe, comenzó en China, hace 2000 años y fueron los tailandeses (como quienes estaban enseñándome los primeros pasos), quienes lo han conservado incluso por un tiempo, como exclusivo en la Corte allá por 1364, hasta que en 1932 de nuestra Era se empezó a propagar por los distintos países.
Este año se han hecho en distintas partes del mundo exposiciones y competencias donde todos los participantes se lucieron con sus habilidades.
Aquí, en Argentina, Cristian estudió de forma autodidacta, alcanzando habilidad y talento, con la práctica, el ensayo y el error. Trabaja en su propio servicio de eventos, a los cuales les da un particular toque de distinción con maravillosas obras de arte poco vistas en las mesas de los eventos de nuestro país. Así como también decidió perfeccionarse en esta destreza, porque es un amante del arte mukimono el cual se complementa con la presentación de platos y servicio de buffet.
Hoy sigo disfrutando sus maravillas. Mientras él continúa trabajando en Rosario y yo hago lo mismo en Buenos Aires, proyectamos algún día, poder trabajar juntos en lo que tanto nos gusta: Eventos.